viernes, octubre 11, 2024
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Amante Mandarina: Salud sexual; culpas, condones y mitos heredados

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“Un embarazo es lo menos peor que te podría pasar.” ¡Ah! La famosa frase que todos escuchamos cuando la única educación sexual disponible consistía en decirte qué no hacer. Pareciera que prevenir un embarazo era la única gran misión en la vida adolescente, como si fuera la peor de las tragedias, ¿verdad? Pero, ¿saben qué? Nos quedamos con lo superficial, con la prevención y el miedo, y nadie nos habló de lo verdaderamente importante: nuestra salud sexual como algo integral. Como bien dice Ana Franco Márquez, psicóloga y sexóloga humanista, “cuando hablamos de salud sexual nos focalizamos mucho en los órganos sexuales, en quienes tienen un pene y una vulva y en cómo hacemos uso de estos órganos; sin embargo, creo que más allá de ello, la salud sexual involucra todo, nos involucra como personas integrales, y como tal, no podemos separar la sexualidad de la parte biológica del cuerpo y de la parte emocional.”

El pasado 04 de septiembre se conmemoró el Día Internacional de la Salud Sexual.
Recuerdo la primera vez que me dieron esa charla incómoda. Estaba en la cocina haciéndome un sandwich, mientras mi mamá agitaba el índice hacia mi cara diciendo: “tienes que cuidarte“. Ni un maldito manual ni una pista sobre cómo navegar por ese maremágnum de hormonas y emociones. Solo la advertencia: “no vayas a salir con tu domingo siete”. 12 años y ya estoy sola contra el mundo. Y claro, ahí me tienen preocupada por el condón y por no quedar embarazada, cuando ni siquiera sabía cómo hablar de placer o de lo que quería en la cama… o fuera de ella.

Y ahí, en las infancias, es donde la cosa se pone interesante. Seguimos hablando de salud sexual como si fuera solo un malabar entre evitar ITS y embarazos, pero nadie nos enseña que esto también trata de cómo nos sentimos con nuestro propio cuerpo y con las decisiones que tomamos en la cama… o hasta con lo que pensamos mientras estamos en la cama. Y no me refiero solo a “con quién”, sino a esas noches en las que el insomnio está ahí y de repente piensas: ¿realmente disfruto esto? ¿O es que alguien alguna vez nos habló de cómo la ansiedad o el estrés afectan nuestra capacidad para disfrutar del sexo? Claro que no. Porque hablar de salud sexual como un todo es tocar fibras incómodas, esas que no nos explicaron bien en la escuela y que difícilmente nuestros padres se atrevieron a mencionar entre sermón y sermón sobre el uso del condón.

A veces nadie nos cuenta que existe una relación estrecha entre la salud mental y la sexualidad. ¡Oh, sorpresa! Resulta que problemas como la depresión, la ansiedad y los trastornos de disfunción sexual no son solo “cosas de la cabeza”. Estos afectan, y mucho, la calidad de vida. Aun recuerdo cuando me preocupaba más por cumplir que por sentir, como si mi cuerpo estuviera en piloto automático. Y claro, como decía mi abuela Olivia, “la cabeza y el cuerpo siempre andan de la mano”. Así que, si la mente no está en paz, ni los orgasmos te van a salvar. El bienestar sexual empieza en el cerebro, sigue en el corazón, y ya después, se reparte en el resto.



¿Cuántos disgustos, desamores o incluso abusos pudimos haber evitado si hubiéramos hablado de la sexualidad como algo más que un peligro potencial? Pienso en mi amiga Susana, que a sus 6 años no pudo contarle a su mamá sobre esa “caricia” incómoda que le dio un vecino mayor. O en Linda, quien nunca se atrevió a pedir ayuda después de que su novio la forzara a tener relaciones y la contagió de herpes. ¿Cuántas historias más como estas existen? ¿Cuántas veces no hablamos por miedo a que nos juzguen? Si el Día Internacional de la Salud Sexual debe servir para algo, que sea para recordarnos que la salud sexual no es solo un día, es un compromiso diario. Deberíamos hablar de sexo como hablamos de comida; sin prejuicios, sin tapujos, y con antojo, claro.

La salud sexual es un derecho. Un derecho que debería estar al alcance de todos, sin importar el género, la orientación sexual o el contexto cultural. Pero aún hay barreras, como el miedo, la ignorancia y esa sensación de vergüenza que sigue rondando nuestras cabezas. Claro, sabemos que hay que usar preservativo, que hay pruebas para las ITS, y que el consentimiento es clave. Pero, ¿cuándo nos enseñaron a hablar del placer, del autocuidado y de la importancia de sentirse bien con nuestras decisiones sexuales? A mí me tomó años, y un par de malos tragos, entender que la salud sexual también significa saber decir “no”, y disfrutar cuando dices “sí”. La falta de educación sexual integral es una bomba de tiempo, porque si solo hablas de la biología y olvidas las emociones, estás dejando fuera una parte crucial del asunto.

No se trata solo de cuidarte cuando decides tener sexo o de esperar a que algo no esté en orden para pensarlo. Diversos factores influyen en tu salud sexual: la edad, que a veces nos hace pensar que ya estamos viejos para disfrutar, o demasiado jóvenes para hablarlo; el género y la orientación sexual, porque vaya que cada uno tiene su historia; el número de parejas sexuales, que no debería ser un tema de juicio, pero que definitivamente importa si de salud hablamos; el uso de sustancias, que, en muchas ocasiones, nos llevan a tomar decisiones de las que después nos arrepentimos; y lo más importante, el acceso a servicios de salud sexual, que es todo un lujo para algunos cuando debería ser un derecho para todos.

Entiendo que vivimos en una sociedad que todavía no se atreve a hablar abiertamente de estos temas. No te voy a decir que la próxima vez que veas a tu abuela o a tu padre les cuentes sobre tus preferencias sexuales, pero sí que nos urge romper estos silencios. Ya bastante tenemos con las cenas familiares incómodas para agregar más tabúes a la lista. Hablemos cada día más sobre cómo la sexualidad es algo que nos pertenece y que debe vivirse con libertad y responsabilidad.

Creo que somos un reflejo de cómo nos valoramos a nosotros mismos, cómo nos cuidamos y cómo nos relacionamos con los demás. No dejemos que la rutina nos absorba y nos haga olvidar lo importante que es nuestro bienestar íntimo. Y por bienestar íntimo, me refiero a todo: mente, cuerpo y corazón. Permítete sentir, explorar y disfrutar cada faceta de tu sexualidad, porque al final del día, la salud sexual es el arte de vivir plenamente, con todas las letras… y, si me lo preguntas, con todos los sentidos también.

¿Y tú? ¿Cómo cuidas tu salud sexual? Si tienes dudas, secretos que confesar o sólo quieres desahogarte, escríbeme a [email protected] Juntos podemos explorar y desmitificar el placer y la intimidad sin prejuicios. ¡Espero tus correos con ansias y deseo profundamente que tus orgasmos se multipliquen… saludablemente!

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