Por: Nena de la Reguera/Colaboradora
¿Recuerdan el país de Nunca Jamás, ahí donde vivía Peter Pan? Metafóricamente hablando, ese país es nuestro propio mundo interno; cuando somos niños nuestra capacidad sensible es altísima, pero cuando crecemos, ese país deja de existir y poco a poco vamos perdiendo esa capacidad de percibir el ánimo, el modo de ser o las circunstancias en las que nos encontramos nosotros y las personas que nos rodean.
Estamos tan absortos en nuestras inquietudes y preocupaciones que nos tornamos insensibles y nos cerramos hasta sentirnos vacíos, solitarios o que no encajamos, perdiéndonos sin fin de cosas que ocurren con nuestros seres queridos y privándolos de un gesto solidario, de unas palabras de aliento o incluso, de un silencio cómplice.

En cambio, cuando estamos abiertos a la sensibilidad, somos honestos, valientes y podemos ayudar tanto a los demás como a nosotros mismos, pues esta nos brinda la capacidad de ver en nuestro interior, por lo que nos proporciona herramientas para comenzar a construir aquella vida que queremos llevar.
Uno de los principales problemas con la sensibilidad, es que a la gente no le gusta mostrar sus emociones por temor a ser juzgados o juzgadas, pero si aprendemos a desarrollarla, nos llevará a lugares insospechados. Esta cualidad de la que les hablo, no se limita a lo personal o familiar, pues para resolver muchas de las problemáticas que enfrenta la sociedad como las injusticias y la desigualdad, es indispensable una dosis de sensibilidad y empatía, quizá suene a viejo remedio, pero solamente entendiendo las necesidades, deseos y problemas de la gente, lograremos avanzar todos juntos como sociedad.
Para esto último, claro que necesitamos personas sensibles, pero sobre todo, líderes con el corazón bien abierto.