Pareciera que los años no han pasado y por lo que veo jamás pasarán por esta historia que se respira igual de fresca como aquella primera vez que vio la luz en las letras y que ha formado parte de varias generaciones, y es que esta nueva versión que llega a cines es sencillamente extraordinaria por sus actuaciones inolvidables, la sensibilidad de su tema juvenil y por el encanto de las situaciones que nos conmueven y con las que todos los seres humanos nos podemos sentir identificados.
Ella, como todas las niñas, es una chica con muchas dudas dentro de su inicio a la adolescencia, donde siente miedo por los cambios pero a la vez se le hace atractivo un nuevo espacio en el que solamente desea estar tranquila en compañía de su familia, aunque no a todos los integrantes los conoce, pero también pese a que se siente un poco triste, nostálgica y diferente, sabe reconocer que su mamá, su padre, sus abuelos, sus nuevas mejores amigas y hasta sus mismas dudas, la hacen ser alguien que sabe reconocer cuando comete algún error y que la invitan a mejorar las cosas, porque Margaret sabe que es buena y que no le gustaría que lo que le hacen a los demás se lo hicieran a ella, y mucho menos que lo que se dice sea algo que pueda dañar sin remedio alguno.
Y lo sorprendente en “¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret” es que cuenta con una excelente producción, visualmente cuida muchos detalles de la época y se respira un aire familiar enormemente encantador, y es que durante más de cincuenta años, la novela clásica e innovadora de Judy Blume ha impactado a generaciones con su atemporal historia de mayoría de edad, su humor perspicaz y su cándida exploración de las cuestiones más importantes de la vida como el amor, el cambio del cuerpo, la llegada de la menstruación y los chicos.
En esta la adaptación a la gran pantalla de Lionsgate, Margaret (una encantadora e inolvidable Abby Ryder Fortson), es una niña de 11 años que abandona su vida en Nueva York y se traslada a los suburbios de Nueva Jersey, donde atraviesa la tumultuosa y desordenada agonía de la pubertad con nuevos amigos en un nuevo colegio, esto debido a que su padre logra obtener un mejor trabajo. La chica se apoya en su madre, Barbara (otra encantadora Rachel McAdams), que también lucha por adaptarse a la vida fuera de la gran ciudad, y en su adorada abuela, Sylvia (Kathy Bates), que no está contenta con que se hayan mudado y le gusta recordárselo cada vez que puede.
La dulzura de sus escenas y momentos, la relación de una madre y una hija, el inicio de nuevos cambios y de retos que habrá que afrontar, son parte de las creencias de una chica que al final de cuentas se siente agradecida con Dios y la vida.